Cada día me miro en el espejo y me pregunto:
"Si hoy fuese el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que voy a hacer
hoy?". Si la respuesta es "No" durante demasiados días seguidos,
sé que necesito cambiar algo.
Steve Jobs
Hace ya unos cuantos posts que escribí sobre lo duro
que le puede resultar al ser humano el inicio de un cambio. Esos primeros síntomas donde
sientes que algo que antes iba ya no va, y donde intuyes también que ese algo
que era estable y confortable en tu vida, pronto va a dejar de serlo.
Mucho se debate sobre la necesidad de ser flexibles
al cambio, pero la cruda realidad parece ser que por mucho que nos empeñemos en
ello, afrontar una transformación personal profunda, suele dejar sus huellas y
no siempre resulta fácil.
Incluso cuando el cambio es claramente “para mejor”
nos cuesta deshacernos del peso de la costumbre, de la práctica de lo habitual.
Hace pocos días he tenido la ocasión de ver el pesar de un niño, habitualmente
tan flexibles, ante algo hipotéticamente estimulante como puede ser la reforma
de su habitación. Dejar atrás los recuerdos de una etapa pasada de la vida,
como si con ello nos traicionáramos a nosotros mismos, no es nunca tarea fácil.
¿Que podríamos sentir entonces cuando decidimos cambiar de trabajo o de pareja
porque aquello que un día nos hizo felices ya no es acorde con nuestro propio
yo?
La realidad, lo aceptemos con facilidad o no, es que
la vida es una sucesión de cambios, un conjunto alquímico de pequeñas y grandes
transformaciones que van ayudándonos a escribir los capítulos de nuestra
existencia. Con el paso del tiempo (que dicen, todo lo cura) solemos darnos
cuenta de lo necesarios que resultaron esos cambios del pasado para llegar a
ser lo que hoy somos, aunque muchos de ellos nos hayan resultado dolorosos en
un principio.
Soy de la opinión de que es precisamente en esas
transformaciones donde más aprendemos y crecemos en nuestro mundo interior, y
creo que es sobre todo cuando ya hemos transitado por esa “travesía del
desierto” particular, cuando más somos capaces de apreciar la cara amable de la
vida, cuando más recursos personales llevamos en nuestra mochila y cuando más entrenados
estamos para afrontar con éxito los avatares de la vida.
No todos somos igual de flexibles ni aceptamos de
igual grado salir de nuestra cálida y apacible “zona de confort”, pero sí que
es conveniente que nos empeñemos y hagamos un esfuerzo por descubrir esa parte
buena, apasionante y única que, aun a veces un poco escondida, se encuentra en
cada cambio, obligado o no, de nuestra vida.
Nica.
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