"Mi conciencia tiene para mi más peso
que la opinión de todo el mundo"
Cicerón
Seguro que en algún momento de tu vida has pasado
por situaciones, personales o profesionales, que te han generado estrés. Algún
momento de esos en los que sientes que tienes las emociones a flor de piel, que
cualquier pequeña cosa podría hacerte estallar y perder el control de lo que
haces o dices.
Muchas veces no se trata de un hecho de gran impacto
el que nos provoca ese estado, sino más bien de una concatenación de pequeñas situaciones
que no somos capaces de gestionar, desde un punto de vista emocional, una a una
y a su debido tiempo.
En ocasiones nos empeñamos, erróneamente, en
demostrar a nuestro entorno lo buenos que somos entrenando, estudiando,
trabajando o haciendo cualquier otra actividad. Elevamos forzadamente nuestro “listón”, sin que de verdad represente un reto atractivo para nosotros, simplemente por
demostrar algo a un tercero. Buscamos y nos fijamos en estándares que no son
reales ni siquiera accesibles. Imágenes o referencias desvirtuadas que vemos a través
de cualquiera de los muchos medios a los que podemos acceder.
Como consecuencia de esto, empezamos a volvernos susceptibles,
con ganas de llorar o gritar cuando la cosa más insignificante no sale como
esperamos. A veces se altera nuestra capacidad para dormir. Lo hacemos de forma
interrumpida, a sobresaltos y con espacios en blanco a lo largo de la noche, lo
que contribuye a que no descansemos lo mas mínimo, nos fatiguemos a poco que
hagamos, y esa sensación de malestar interior se agudice.
Si cuando nuestro cuerpo emite estas señales no
somos capaces de escucharle y por el contrario, seguimos asumiendo más y más
carga en nuestra “mochila personal”, al final llega un momento en que no
podemos más. Sentimos que el mundo se nos cae encima, que no podemos afrontar
nada más porque, simplemente, no tenemos fuerzas, y es entonces cuando podemos
llegar a tener que enfrentarnos con ese enemigo silencioso que es la ansiedad.
Ese enemigo que se va acomodando en nuestro
interior, generándonos un miedo infundado a las cosas más simples de nuestra
vida, pero lo hace poco a poco, con sigilo. Cosas cotidianas como viajar,
hablar en una reunión, proponer alguna idea, etc., se nos hacen cuesta arriba y
decidimos no afrontarlas, relegándonos aún más a un encierro voluntario de lo más
doloroso. Sentimos angustia, dolor, incapacidad e infelicidad. Pero no
olvidemos que parte de esas sensaciones las compartimos y transmitimos además a
los que nos rodean, a nuestros seres más queridos.
Existen muchas técnicas de probado éxito para atajar
esta situación, pero quizás la más simple de todas ellas sea la prevención. No
te autoexijas más allá de por aquellas cosas que de verdad desees alcanzar. No vuelques
tus esfuerzos en demostrar nada a nadie, sino en mostrar aquello que haces con pasión
y convicción y de lo cual disfrutas. Ponte retos que te hagan feliz a ti, no a
otros. Y por supuesto, si alguna de estas cosas se te pasa, procura no
olvidarte nunca de escuchar a tu cuerpo, porque en sus señales esta la
verdadera pista para resolver a tiempo muchos de tus males.
¡Animo! que de esto también se sale, te lo puedo
asegurar.
Nica.