"No
es lo que el orador dice, sino quien es,
lo
que da peso a la elocuencia". Eurípides
Hace
tiempo que tenía ganas de compartir con vosotros unas ideas precisamente sobre
esto, sobre el arte de cautivar con las palabras. ¿Te has preguntado de donde
sacan algunas personas ese don tan especial que les permite dirigirse a otros y
convencerles con facilidad sobre algo? Yo sí.
Desde
siempre me ha fascinado la facilidad con la que algunas personas son capaces de
conectar con otros, de llegar más allá de la mera atención en el mensaje que
transmiten y tener la habilidad de vincularse con las emociones de los demás.
Personas que utilizan el lenguaje de la mirada o el del cuerpo con más fluidez
y armonía, si cabe, que el de las propias palabras.
Hay
personas que cuando hablan te envuelven como en un manto invisible que te
aproxima hacia ellos, como si se tratara del más potente imán. Personas que,
cuando te miran a los ojos, penetran en tu emoción, te tocan la fibra sensible
y terminan por derrumbar tu resistencia a esta atracción, mientras que el tono
y el ritmo de su voz te mecen y su sonrisa termina por seducirte del todo.
No
hablo de políticos, a los que en más de una ocasión los obligados cursos de
oratoria solo sirven para dar artificialidad y cierta impostura a las pausas de
sus forzados discursos. Hablo de personas cotidianas, con las que te gusta
estar, con las que el tiempo parece no contar porque te hacen sentir bien, solo
por el hecho de conversar con ellas.
El
arte de la conversación, de la oratoria, desde mi punto de vista es justamente
eso, un arte. Pero también se puede entrenar y desarrollar en cierta medida.
Más allá de la coherencia del mensaje, que es obviamente requisito previo, hay
elementos básicos que mejoran sustancialmente la sensación global de tus
interlocutores al escucharte. Mirar a los ojos sin intimidar, combinar la sonrisa
con una expresión facial relajada, sin fruncir el ceño, por ejemplo. Tus manos,
su posición, la armonía y simetría de sus movimientos. Tu cercanía, sin invadir
el espacio vital de tu interlocutor pero lo bastante próxima para que sienta tu
deseo de sentirte cerca. La posición de tu cuerpo, erguida pero no rígida, con
los hombros relajados y las manos fuera de los bolsillos. Y ¿que decir del tono
y el ritmo de tu voz? Ni muy alto ni muy bajo, con las pausas necesarias, sin
forzar, acompasando el ritmo con los cambios en la emociones que deseas
transmitir en el mensaje, con suavidad. Dulce, pero sin empalagar.
Ya
puede ser un médico, un profesor, un entrenador, un estilista, un gestor de
equipos o el dependiente de una tienda, el arte de seducir con las palabras no
es propio de una sola profesión, pero me atrevería a decir que es bastante
relevante para el éxito en la mayoría de ellas. Porque la capacidad de atraer,
de seducir al interlocutor es básica en cualquier relación comercial y
personal.
Dedica
unos minutos a reflexionar sobre tu oratoria y si sientes que te gustaría
potenciar alguna cosa, no lo dudes, ponte manos a la obra, porque con un poco
de ayuda, seguro que es posible que les seduzcas aún más.
Y
si quieres inspirarte un poco te recomiendo que le eches un vistazo a esto. No
olvides que, como decía Cicerón, no
hay nada tan increíble, que la oratoria no pueda volverlo aceptable.
Nica.
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