"La vida no se mide por las veces que
respiras, sino por los momentos que te dejan sin
aliento."
De la película "Hitch"
Siempre he pensado que el ser humano es un ser esencialmente social, una
especie evolucionada que disfruta gustando a los que le rodean. En general nos
gusta agradar, nos gusta mostrar nuestra mejor cara, nos gusta proyectar lo
que hacemos bien, ...porque esto es lo que nos permite recibir a cambio la
aprobación social de los que nos rodean. Y cuando hay aprobación, sentimos que
otros se ocupan y pre-ocupan por nosotros, nos aportan cosas y la sensación de
soledad se reduce, generándonos un cierto alivio.
No quiero decir con esto que no nos guste estar solos, a mi particularmente
me encanta, pero me gusta cuando yo lo elijo, cuando necesito reservar para mi
misma ese espacio del que hablaba en mi anterior post. Lo que no me gusta tanto
es la soledad no elegida, esa que tienes sin quererla, esa que te angustia, esa
que te da tristeza, incluso miedo.
Sentirnos acompañados, poder compartir cosas, ideas, proyectos o aficiones
con otros es estupendo, y curiosamente suele ir acompañado de un mejor estado
de salud. Por algo será, no? Y si trasladamos nuestra reflexión de la compañía
de amigos, familiares o compañeros a la de una pareja, acaso no se intensifican
estas cosas?.
Aunque después de una ruptura el sentimiento habitual es de que solos
estamos mucho mejor, en la práctica solemos tender a seguir buscando un
compañero de juegos. Nos guiamos por el instinto, por nuestras feromonas, esas
sustancias comunes a otras especies del mundo animal, que nos ayudan a
encontrar con quién compartir nuestro espacio más íntimo.
Y aquí es curioso, porque si nos fijamos bien, da igual la edad de los
actores protagonistas (niños, adolescentes, jóvenes, maduros o personas más
mayores... la atracción no tiene realmente edad), da igual el contraste de
roles (no siempre similares, a veces basta echar un vistazo a la atracción
entre jefes y colaboradores, alumnos y profesores, médicos y pacientes,
clientes y proveedores...), da igual la diferencia de edad, raza o religión
entre ellos. El instinto básico que nos mueve, supera cualquier diferencia. Y
cuando esto pasa se inicia la ceremonia del apareamiento emocional, con un
torrente de sensaciones de fuerte intensidad que se podría decir, que hasta nos
alejan, en cierta medida, del mundo real. En ese momento nos encontramos como sí
flotáramos, sumidos en un estado febril de irrealidad que, la verdad, a veces viene
estupendamente bien al cuerpo y al espíritu!!
Resulta muy ilustrativo ver algunos ejemplos en esos magníficos
documentales del National Geographics donde se recogen las técnicas más
originales que podáis imaginar y que utilizan algunas especies para gustar y
encontrar compañía. Y resulta interesante contrastar porque, el caso de la especie
humana me parece sólo un ejemplo más de este catálogo de actitudes creativas
para gustar y ser querido.
Al fin y al cabo ... podríamos esperar algo diferente
de un instinto tan básico?.
Nica.
Aquí os dejo un par de clips para constatarlo.
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